Ética, norma canónica y ley

Ética, norma canónica y ley

Jesús Alfonso Florez López

Ante el debate suscitado el trabajo periodístico de Luis Fernando Barrientos y Miguel Estupiñan, así como «El reporte Coronel», respecto a la pedofilia en el clero católico, presento la siguiente reflexión.

La Biblia, como texto inspirador y central de la fe cristiana, establece en el evangelio de Lucas un criterio para discernir sobre la responsabilidad de cada quien con sus actos. El mencionado evangelista escribe en boca de Jesús: «…a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más» (Lc 12,48)
Desde esta perspectiva, al examinar la trayectoria de vida de Francisco (Pacho) De Roux, sacerdote católico de la Compañía de Jesús, se puede concluir que él es uno de los que «ha recibido mucho y se le ha confiado mucho». Su formación es admirable, sus conocimientos en materia de Derechos Humanos los ha demostrado en las diferentes responsabilidades que ha asumido, otrora como director del «Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio», o como director del Centro de Investigación y Educación Popular-CINEP, más recientemente como presidente de la Comisión de la Verdad.
De ahí que, ante la dolorosa y grave denuncia que la familia Llano Narváez realizó ante De Roux en el 2014, en su condición de superior provincial de los Jesuitas en Colombia, viene a lugar el citado texto lucano, pues el religioso tenía para entonces una reconocida ilustración de los derechos de las víctimas, más allá del conflicto armado, y su proceder no se podía quedar al interior de las normas eclesiásticas de carácter disciplinar. Más aún cuando el acusado confesó y aceptó en ese momento los cargos, según lo ha dicho el actual provincial jesuita a medios de comunicación.
De Roux debía saber que estos hechos de abuso sexual no eran solo un pecado según la moral católica, o un acto de indisciplina contra el voto de castidad, sino que configuraba un delito y tenía el deber de denunciarlo ante la Justicia ordinaria, llamada a resolver según la regulación normativa existente en el 2014.
Hoy las víctimas han hecho público su caso y han expresado que fueron convocadas por de Roux a guardar silencio, lo que entonces imposibilitó una sanción social y, por el contrario, el victimario recibió reconocimiento público por su trayectoria académica ya habiendo sido objeto del hermético proceso canónico. Como reacción, voces de diferentes sectores han confluido en arropar a De Roux, quien antes que solidaridad debería responder por su proceder ético.
Años atrás de la denuncia, ya desde el Vaticano se había señalado que ante la pedofilia debía haber cero tolerancia, pues como lo afirmó el Papa Benedicto XVI en el 2010, con ocasión de su visita a Portugal, ante este delito «El perdón no reemplaza a la justicia» y, «hoy en día las mayores persecuciones que padece la Iglesia no provienen de afuera sino de sus propios pecados».
A su vez, desde el inicio del pontificado de Francisco, también jesuita, en 2013 las directrices han sido de nula impunidad con este flagelo del abuso sexual de menores por parte de clérigos.
Por tanto, y a menos que desde la jerarquía Papal se pregonen unas directrices y al interior de la estructura eclesial se impartan otras, no había lugar a dudas de la obligación de presentar ante la justicia del Estado estas denuncias. Ciertamente será el juez quien determine si hubo o no falta por parte de Pacho De Roux; sin embargo, no se puede aceptar moralmente ninguna justificación que se refugie en el derecho eclesiástico que regula el comportamiento de sus miembros pero que no reemplaza para nada la justicia ordinaria.
Esta ha sido la práctica generalizada del mundo eclesiástico ordinario, pero no es lo que se espera de quien «ha recibido mucho», de acuerdo al mensaje evangélico, pues, como se vio, su formación y trayectoria, lo pone en el umbral de quien moralmente debía ir más allá, es decir, al lado de las víctimas como el buen Samaritano, quien superó el actuar del indiferente sacerdote para ponerse al servicio irrestricto de la víctima, según la parábola de Jesús. Por consiguiente, no podía primar el espíritu de cuerpo eclesiástico que por mucho tiempo se ha caracterizado por callar la voz de las víctimas.